DOMUS_

La multimedia es un soporte tecnológico contemporáneo que permite integrar con mayor complejidad las fuentes auditivas y visuales. Emitir sonidos e imágenes, así como escucharlos y verlas, sustentan la comunicación entre los seres vivos, cuya evolución está marcada a su vez por sus énfasis expresivos.


El olfato, el tacto y el gusto parecen comprobar la preexistencia de lo que recaban el oído y la vista. En la profundidad de la selva oscura –de la selva fría del sur–, el oído anuncia lo que aguarda más allá de lo perceptible, permitiendo disponerse al encuentro o alejarse de éste. Sin importar la sucesión de los demás sentidos, será la vista la que acabará por confirmar la decisión: ver o no ver podrá ser el alivio de una u otra opción. Por ello mismo, el silencio y la invisibilidad demandan la concurrencia del olfato o, más dramáticamente, del tacto –para nosotros los ciegos, las cosas son golpes, le decía Tiresias a Edipo–, en tanto el gusto queda reservado para una instancia final, una vez resuelta la identificación por cualquiera de los otros sentidos. Algo así ocurre en la gesta del hombre en el medio que lo inscribe. Y expresarse por el sonido y la imagen constituye la manifestación esencial de su cultura.


"Aural" es un término de doble acepción que enuncia lo auditivo así como cierta emanación lumínica de un objeto. Más atrás, su raíz latina alude tanto a la brisa como al oro: un suave desplazamiento del aire; una densa concentración elemental, si bien dúctil y maleable. La fotógrafa Leonora Vicuña y el artísta sonoro Jorge Olave convocan ambas etimologías y las liberan en un diálogo intenso, donde los intercambios exaltan sus atributos al permitirles incidir en sus intersticios, tal como la arcilla y el agua conforman la greda, tal como ésta conforma la jarra, tal como su ausencia le da sentido al permitirle ser llenada. El sonido desplaza el espacio hasta disponernos ante las imágenes; ellas emiten sus brillos impregnando las notas; el ciclo culmina con la brisa áurea que ventila nuestras emociones, refrescando la memoria, avivando el entendimiento, incitando a proceder. Porque los registros auditivos y visuales que conforman esta propuesta vienen cargados de incidencias tangibles, de documentos inapelables, como también de preguntas olvidadas, de dudas soslayadas que demandan esclarecimiento. Trascendiendo sus metáforas, la brisa y el oro se vuelven así imágenes que atruenan en los oídos, sonidos que enceguecen la vista. ¿O es que el aura no escucha con los ojos cerrados?


Desde Carahue, los autores levantan su entelequia reminiscente pegando nota con nota con lapso con nota, foto con foto con titilar con foto. Signos y colores; fonemas y cánticos. Sus secuencias ordenadas se integran paulatinamente hasta saturar la percepción y traspasar toda literalidad defensiva, dando lugar a un caos cuya única salida pareciera ser aferrarse a una imagen o un acorde al vuelo y, desde allí, retomar una lectura ahora sensible, despojada de atavismos, para descender finalmente a los espacios donde la emoción guía a la razón y permite el entendimiento. Por estos derroteros no sólo encontramos identidades perdidas, sino descubrimos aquéllas que no conocíamos o no nos permitíamos conocer. Revisitamos las etnias fueguinas y constatamos el despojo largamente velado, su virtud desnuda frente a las inclemencias del clima, y su endeblez vestida por la clemencia cristiana. Las miradas del pichikona y la pichimalen mapuches, del wentru y la domo –ella, la domo, la mujer, como contraparte del domus latino y el dominante masculino implícito–, del weche y la kusa. Escuchamos los golpes de sus palabras, de sus dedos sobre la mesa, las voces de sus cantos, los cantos de sus aves. Y también evocamos la vida de Stella Díaz Marín, la poeta, y de Eliana, la madre de Leonora, y nos dejamos fluir por las composiciones de Jorge, que interpreta él mismo.


El gran lienzo desplegado trasluce sombras como imágenes, la ceniza del fogón absorbe luces como imágenes, el horror vacui y el horror loci discurren sobre el escenario las ausencias que han convocado esos rostros ajenos, esas calles y casas y paisajes que no son nuestros y quizás nunca existieron, tal como los sonidos que ventea el aire no son sino outputs digitales, un 0 y un 1 autoconvencidos de su omnisciencia. Quizás, como alguien anotó una vez, todo lo que aquí se escucha en verdad nunca fue emitido, por más que sí se quiso emitir; quizás, también, todo lo que aquí se ve en verdad sí ocurrió, por más que nunca se quiso que sucediera. O como esa imagen emblemática de la muestra, donde suponemos que los peñis con audífonos escuchan, aunque tal vez el generador todavía no está encendido, tal como suponemos que los peñis sin audífonos también escuchan, aunque tal vez el ave permanece en silencio. La foto es muda; el sonido es ciego. Ambos se necesitan aquí, entrañablemente.




Mario Fonseca

Santiago, octubre 2008

Mario Fonseca es artista visual y crítico de arte




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DOMUS en Centro Cultural Estación Mapocho, Stgo.


























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DOMINUS

Es un hecho que no sé hablar de mi trabajo en Fotografía de manera explícita.

A partir de esta carencia sólo puedo dar algunas luces, parpadeos de una búsqueda inconclusa, siempre incompleta…

Desde la fotografía coloreada e intervenida a mano, hasta las capas digitales de diversos programas, los frames de las “pelis caseras” y las imágenes ajenas, todo, se mezcla en una mixtura que “me habla”, me interpela, para dar curso a una chorrera de imágenes en cascada que conforman mi domus, mi casa de puta personal, multimedia o como se llame.

En el territorio excéntrico de la Araucanía donde residí por 7 años y donde de algún modo resido aún, aprendí, entre otras cosas, a vivir la subrepticia dominación nacional. Mi ruka, mi domus, como la de la inmensa mayoría de los periféricos, se sitúa lejos, por no decir fuera de la DOMUS NACIONAL, fuera de la metrópolis y su “musiquilla de pobres esferas”.

Mi domicilio está en el corazón de un cierto Chile profundo, un Chile reducido a su mínima expresión, limitado a su puro territorio, a su bello desamparo…

Un Chile Impostado por los Domini, los señores dueños de este Estado-Nación y su mala costumbre de usar lo mapuche, lo aborigen, lo originario, como un vestido de gala (vestirse con ropaje ajeno) para hacer alarde de una gallardía, una bravura, etc., que no se tiene y que sólo sirve de cortina de humo para encubrir el desprecio profundo y real que lo chileno, el ente chileno, tiene por lo propio que es ante todo lo indígena…

“Nosotros no somos ni queremos ser los indígenas de chile… nosotros somos mapuche…” nos reitera desde youtube el joven mártir Matías Catrileo aludiendo a la folclorización utilitarista de su pueblo…

La palabra “domus” está íntimamente ligada al “dominus”, es decir al “señor” que en ella habita y ejerce dominio; mientras que la palabra “casa” está asociada al que no sólo no tiene dónde ejercer su dominio, sino que está sometido a él. Pasando a la derivación, nos encontramos con que, así como de “domus” proceden “domar”, “domesticar”, “dominar”, “dómine”, términos todos ellos relativos a la dominación, y sólo muy tardíamente el término culto “domicilio” y sus derivados. De “casa” proceden “casar” y sus derivados.

Para situar el proceso que aquí presento, comenzaré por decir que es la primera vez que trabajo junto a otro artista visual en un proyecto común. Acepté la invitación de Jorge a experimentar e integrar sonido e imagen (Proyecto de Excelencia en Artes Integradas del Fondart Nacional) con la idea de compartir nuestras experiencias y búsquedas artísticas, dando cuenta de esa integración en una obra múltiple, capaz de sobreponerse a lo puramente tecnológico o multimedia… [..// palabrita que me resulta muy antipática ésta/.. que poco o nada contiene de lo que realmente es].

De tal forma, me enfrasqué en la ínterconectividad ,la videocreación y demases, para tratar de encontrar el sentido de esta “nueva” dualidad sonido/imagen… sonido de la imagen/ imagen del sonido; sonido solo/imagen sola, fija o en movimiento…

En un comienzo me preocupaba que de algún modo existieran relaciones y coincidencias explícitas en nuestros trabajos, que dieran cuanta de un encuentro, de una integración.. Sin embargo, en el transcurso de estos dos años de experimentaciones, fugas y delirios, me di cuenta que era necesario que las incongruencias y los deslindes aparecieran tal cual, como son. Lo que se integra y lo que se desintegra. ¿Qué quiere decir realmente Artes Integradas?… ¿Asimilación? ¿Integración? ¿Integrar o desintegrar? -me lo he preguntado a lo largo de estos dos años de proceso-.

Desde hace algún tiempo, vengo “deshaciéndome” de la fotografía (o ella ha venido deshaciéndose de mí..). Percibo una ruptura personal, un divorcio con la imagen mural, la foto colgada, enmarcada, fija. Y en este trabajo particularmente, me entrego al flujo de la fugacidad de lo visible. Creo dar paso a la escucha de lo invisible y recóndito que hay en las imágenes…

Escucho paisajes, voces, músicas, ruegos, lamentos, en las tarjetas postales de ona y mapuche, en los documentos reproducidos y enlazados, en las fotos tramadas o borradas de los álbumes de familia, en la fiesta de San Sebastián de Puerto Saavedra que resume la tristeza de la domus local de la Araucanía y el olvido persistente de los domini (señores) que quedan estampados en el cúmulo de cenizas donde se proyecta tanto la imagen como el sonido de su intemperie.


Leonora Vicuña N.
Puerto Peral, Carahue 2008.



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DOMUS. Galería de Arte UCT, Temuco 2010.





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Aproximaciones al Arte Sonoro


IMAGOSÓNICA


El Arte Sonoro es una disciplina que en las últimas décadas se ha visto favorecida por la expansión de la tecnología digital e Internet, plataformas que han puesto al alcance de un mayor numero de creadores equipamiento, software, información y retroalimentación artística que han promovido la experimentación con el sonido y una nueva valoración del fenómeno sonoro.

Convengamos que en esta (re)valoración del sonido decanta el ingenio y la porfía de muchos perceptores, artistas y hombres de ciencia cuyos aportes han venido incubando desde hace mucho lo que hoy denominamos Arte Sonoro, un campo de estudio y creación artística relativamente diferenciado de la tradición musical de occidente y contiguo a las artes visuales contemporáneas.

En este devenir resulta decisivo aquel momento a finales del siglo XIX en el cual el sonido es suspendido o registrado por vez primera, posibilitando su análisis y manipulación tecnoperceptiva en un momento histórico crucial en que lo propio acontecía con medios visuales como la fotografía y el cine.

El primer registro sonoro de la historia data de 1860. Se trata de una grabación de 10 segundos de duración de “Au claire de la Lune” (1), una vieja canción del repertorio popular galo registrada por el tipógrafo francés Edouard-Leon Scott de Martinville mediante su Fonoautógrafo, un ingenioso artilugio de manivela que imprimía las vibraciones sonoras de la voz humana en un cilindro de papel tiznado.

Aunque con un mecanismo perfectible, muy próximo al Fonógrafo, Scott de Martinville jamás imaginó la posibilidad de reproducir sus grabaciones, las que registraba con la única intención de obtener una representación gráfica del sonido que sirviera a sus estudios grafológicos y comparativos.. De hecho, la delicada impresión del Fonoautógrafo se conseguía con la vibración de un pelo de cerdo que más bien iba despintando el tizne del papel, en vez de trazar un surco lo suficientemente definido y perdurable que permitiera continuar con el proceso.

Como sea, a comienzos de 2008, Patrick Feaster y David Giovannoni, miembros de un equipo investigador de la universidad de Berkeley, California, que trabaja en la identificación de los registros sonoros más antiguos de la humanidad, no sólo develaron al Fonoautógrafo y a su autor, sino que mediante tecnología digital especialmente desarrollada para el trabajo con sonido pretérito, lograron hacer audible uno de los doce cilindros de papel -o fonoautogramas- descubiertos entre archivos franceses, asombrándonos a todos con una fantasmagórica e inquietante melodía que parece venir desde otro mundo.

Más tarde, en 1877 aparece en la historia de los medios de comunicación el Fonógrafo, grabador y reproductor de sonido fruto del ingenio inagotable del señor Tomas Alba Edison, a quien por 131 años le atribuimos de manera inapelable el primer registro sonoro de la historia con su famosa grabación “Mary had a little Lamb(1) en la que su voz es capturada con apreciable fidelidad constatando la perfección de su invento.

En su versión original el fonógrafo capta el sonido por una especie primitiva de micrófono con la forma de un embudo; el sonido hace vibrar una membrana a la que se encuentra adherida una aguja la que por acción mecánica se estremece y va labrando un surco bastante definido en un cilindro de cera que se hace rotar con una manivela. De este modo se realiza la captura, la que en este tipo de soporte puede alcanzar los dos minutos de duración y realizarse en más de una oportunidad borrando el registro previo con un simple calentamiento de la cera.

Para oír la grabación, o fonograma, basta con invertir el sentido de rotación del aparato, haciendo que esta vez la aguja recorra el surco y vaya trasmitiendo la vibración a la membrana, cuyos estremecimientos son amplificados por un cono de papel o, más comúnmente, por un sistema de auriculares, completando una suerte de tránsito desde lo sonoro a lo visual y de lo visual a lo sonoro.

Hacia 1900 el fonógrafo se convertiría en el primer sistema de audiograbación puesto al alcance del público, con lo que su uso se masificará paulatinamente entre investigadores, músicos y ornitólogos, por citar a algunos de sus primeros usuarios. Más tarde vendrá el gramófono, la cinta magnetofónica y la tecnología digital de nuestros días. Sin embargo, para muchos teóricos y artistas sonoros el invento de Edison seguirá siendo una invención revolucionaria sólo comparable en importancia con la máquina de Gütemberg. Por defecto, el fonógrafo es a la cultura aural lo que la imprenta es a la cultura del ojo (3).

Por sobre lo técnico, el Arte Sonoro se nutre especialmente del quehacer de muchísimos creadores, los que a partir de sus de-constructos y reflexiones han contribuído a cimentar esta disciplina desde ámbitos de influencia como la plástica y la música contemporánea.

Es el caso de artistas como Luigi Russolo y su célebre manifiesto futurista “El Arte de los Ruidos” de 1913; de ManRay y su estética del error; de Marcel Duchamp y su deconstrucción del objeto de arte; del grupo Fluxus y su arte-vida; de M. Chion y su audio-visión; de David Linch y las bandas sonoras de filmes como Eraserhead, Rabbit y La Abuela; de Max Neuhaus y sus instalaciones sonoras en espacios públicos; de Chiu Longina y sus investigaciones sobre paisaje sonoro y acústicas de control; de Olivier Messiane, Anton Webern, Edgard Varese, Pierre Boulez, Ligeti y otros fundadores de la música contemporánea; y también de Karlheinz Stockhausen, considerado uno de los padres de la electroacústica con sus indagaciones en música aleatoria, matemática y procesada.

Especial atención merece el trabajo de Pierre Shaeffer, precursor de la música concreta y uno de los primeros en manipular electrónicamente el sonido grabado a la usanza del sampler contemporáneo. Autor del concepto “objeto sonoro” y de las técnicas de solfeo de los mismos, pionero de la utilización de filtros como ecos, rever y delay y también de técnicas como el “cut and paste” en sus composiciones acusmáticas, su contribución resulta ineludible para la creación sonora actual.

Lo mismo con John Cage, para mi gusto uno de los músicos más influyentes de nuestro tiempo, creador de conceptos como “música indeterminada” y “música no intencional” y uno de los iniciadores del “happening” como exaltación del azar en la obra de arte. En 1937 vaticinó: “Creo que el uso de ruidos en la composición musical irá en aumento hasta que lleguemos a una música producida mediante instrumentos eléctricos, que pondrán a disposición de la música cualquier sonido y todos los sonidos que el oído pueda percibir…”. Su obra m�s conocida es 4’33″ una pieza experimental en la que Cage derechamente niega la existencia del silencio. En su estreno en 1952 el pianista David Tudor permanece mudo e imperturbable frente al piano por exactamente 4 minutos y 33 segundos, ante un público estupefacto que no atina a descubrir de buenas a primeras que sus cuchicheos, toses y desasosiegos varios son en realidad la música interpretada o convocada.

Finalmente, no puedo dejar de citar aquí al investigador canadiense Murray Shafer, autor de “La Afinación del Mundo” (1977) y director del proyecto “Paisaje Sonoro Mundial” (WSP) iniciativa ejemplar en la que se nos conmina a escuchar de otro modo los sonidos que nos envuelven y a desarrollar oídos pensantes que nos lleven de la mera percepción acústica hasta la auténtica conciencia sonora.

Los trabajos de Murray Shafer y su equipo fundan lo que conocemos como ecoacústica, un campo de acción acerca del estado del paisaje sonoro y su influencia en nuestra calidad de vida. Sus descubrimientos y reflexiones inspiran hasta el día de hoy la composición con sonidos del mundo real y los estudios sobre paisaje sonoro, identidad sonora y sonido patrimonial.

De este modo, las piezas de audio que conforman “D O M U S” de una u otra manera son herederas de esta incipiente tradición denominada Arte Sonoro. Representan el sonido de Carahue a un nivel interpretativo… su paisaje sonoro en estado de perturbación digital como metáfora del proceso artístico contemporáneo, su virtualidad y estatuto multimedia…el que a estas alturas deviene más bien en códice y desgarro atendiendo a la desubstancialización del objeto de arte.

Para que nos entendamos, el termino Paisaje Sonoro, o soundscape, se define aquí como "la manifestación acústica de lugar" Corresponde a la suma de todos los sonidos dentro de un área determinada y refleja las condiciones sociales, políticas, tecnológicas y naturales de tal espacio (H. Westerkamp). Dicho ambiente sonoro otorga un sentido de pertenencia a sus habitantes, un espectro perceptivo del que emergen sonidos bien definidos que se reconocen como propios y pertenecientes al telón de fondo de sus vidas. (2)

Así, los sonidos del campanario, del mólino, del río, también forman parte de la identidad local… una identidad hoy por hoy amenazada por el ruido -por el ambiente LoFi in crescendo- de motosierras, tragamonedas, motores y camiones forestales.


© Jorge A. Olave Riveros, 2008.

Artista Visual y Sonoro.




Notas:

  • (1) Archivo incluído como pieza sonora en el CD de proyecto Domus; también disponible para audición y descarga en este blog.
  • (2) Identidad Sonora. Catálogo de la instalación sonora “Geo 44.11″. © Jorge A. Olave Riveros y Patrick Medina Quilodrán, 2008.
  • (3) “Junio 24_la prueba del espejo”, Instalación sonora; Jorge Olave Riveros 2007.






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VIDEOS:












ESCUCHE PROYECTO DOMUS


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los Primeros Registros Sonoros


Durante 131 años hemos creído que Mary had a little lambgrabado por el señor Tomas Alba Edison en 1877, era el primer registro sonoro de la historia. Sin embargo, en febrero de este añodos investigadores de la Universidad de Berkeley de California, Patrick Feaster y David Giovannoni, encontraron entre archivos franceses una docena de frágiles papeles enegrecidos que correspondían al, hasta ahora, desconocido invento del Fonoautógrafo, un ingeniosoaparato que registraba las ondas sonoras mediante la vibración de un pelo de cerdo sobre un cilindro de papel tiznado que se hacía girar con una manivela y que su inventor, el tipógrafo francés Édouard-Léon Scott de Martinville,habíapatentado en 1857 exclusivamentepara el estudio grafológico del sonido, sin advertir en las potencialidades del mecanismo para reproducir tales registros… como meritoriamente sí lo haría Edison 17 años después con su Fonógrafo, grabador y reproductor simultáneo.
Entre los fonoautogramas descubiertos se encontraba un fragmento de 10 segundos de duración de “Au clair de la lune, una canción del repertorio popular galo, cuyas marcas en el papel fueron escaneadas y procesadas digitalmente por el equipo investigador -en una suerte de tránsito desde lo visual a lo sonoro -hasta obtener un sonido audible y medianamente reconocible que le confiere a esta pieza la distinción de ser el registro de la voz humana más antiguo de la historia, grabado por Scott de Martinville el 9 de Abril de 1860.
Casi dos décadas después y con un mecanismo semejante, pero mucho más eficiente, vendría el Fonógrafo, el invento de Edison patentado en 1877 y que llegó a convertirse durante comienzos del siglo XX en el primer sistema de audio-registro puesto al alcance del público… y que en su versión de 4 minutos de duración con cilindro de celuloide alcanzó una calidad excepcional incluso superior a la cinta magnetofónica.
En este aparato, una aguja vibra con las emisiones sonoras captadas por la membrana de una suerte de micrófono, labrando un surco bien definido en un cilindro de cera que se va girando con una manivela. (Este tipo de cilindro poseía una duración de dos minutos y tenía la ventaja de ser regrabable muchas veces mediante un simple calentamiento de la cera). Para oír el registro así obtenido bastaba con invertirla dirección del giro con lo que nuevamente se hacía vibrar la aguja, esta vez siguiendo el surco previamente grabado y trasmitiendola señal a un sistema de auriculares.
Como parte de los desplazamientos argumentales de Proyecto Domus, compartimos con ustedes estas piezas sonoras de caracter patrimonial que pueden escuchar a continuación:

Au Claire de la Lune” (Fonoautograma. Scott de Martinville, 1860):
“Mary had a little lamb” (Fonograma, Tomas Alba Edison, 1877):

Au Claire de la Lune” (Fonograma. Tomas Alba Edison, 1831):


Jorge A. Olave Riveros
2008.

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